Jesús en las fuentes históricas


INTRODUCCIÓN 
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El cristianismo no gozó de buena fama entre los primeros cronistas latinos o griegos: En el 116, Cornelio Tácito señalaba a Jesús en sus Anales como el promotor de la “execrable superstición” que había producido al movimiento de los cristianos “aborrecido por sus ignominias”.  En el 120, el historiador romano Suetonio lo mencionaba como “instigador” de escándalos entre los judíos. Y hacia el 150, el escritor Luciano de Samosata, oriundo de Siria, usaba a  Jesús como personaje de dos de sus comedias y lo presentaba como un “sofista crucificado”. Las primeras referencias al cristianismo en fuentes no bíblicas son de las autoridades romanas encargadas de la administración del Estado: En el 112, Plinio el Joven, quien actuaba como legado imperial en las provincias de Bitinia y del Ponto, consultó al Emperador sobre la política que debía adoptar con los cristianos.



No fue sino a finales del siglo II que encontramos los primeros escritos no hostiles: Hacia cerca del 180, Mara Ben Serapion lo usaba en un texto como un modelo moral equiparable a Pitágoras y Sócrates ambos, como se sabe, ejecutados por su saber.

La historiografía hebrea también fue muy hostil a la figura histórica de Jesús: Entre los hebreos, el historiador samaritano Thallos trataba de explicar en el siglo I el oscurecimiento del cielo  a la hora de la muerte de Jesús como un eclipse natural. El Talmud, en medio de la polémica anticristiana, hizo varias referencias insultantes a Jesús acusándolo de mago y apóstata y estigmatizaron su origen asociándolo a las figuras de Ieshu ben Pandera e Ieshu ben Stada. Los argumentos son los que se aplicarían a un delincuente religioso cualquiera. Sus padre quedaron vinculados a Papo ben Judá y sus esposa Miriam M’gad’la N’shai, una peluquera adúltera que procreo al niño tras una relación extramarital con un soldado romano.

1.- Las fuentes no cristianas

La existencia histórica de Jesús está documentada por algunos textos de la historiografía romana: Tácito, Annales 15,44; Suetonio, Vita Claudii 25,4; Plinio el Joven, Epístola 10,96; Flavio Josefo, Antiquitates judaicae 18,3 y 20,9. Recordemos las más importantes:

Resultado de imagen de tácitoTácito, el mayor de los historiadores romanos. Escribe los Annales hacia el 115. Habla del incendio de Roma (año 64) que provocó Nerón y del que inculpó a la secta de los cristianos. Al presentar a los cristianos informa de Cristo: Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por Roma, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas. El juicio sobre los cristianos es despiadado, pese a no considerarlos culpables del incendio; pero se aportan datos preciosísimos sobre la muerte de Cristo.

Resultado de imagen de flavio josefoFlavio Josefo, historiador romano de raza hebrea, abandonó a su pueblo durante el asedio de Jerusalem (año 7O) y se pasó al lado de los sitiadores. En el 93 escribió Antiquitates judaicae. Hablando de Poncio Pilato, que fue procurador de Judea del 26 al 36 d. C., dedica un pasaje bastante largo a la figura y obra de Jesús. El texto, conocido comúnmente con el nombre de Testimonium flavianum, ha sido objeto de discusión por la presencia en él de algunas afirmaciones de patente inspiración cristiana, incompatibles, por tanto, con la fe religiosa del escritor hebreo. Son éstas: Éste era el Cristo (el Mesías)... Apareció nuevamente vivo después del tercer día, tal como habían prometido los profetas... En 1971, Salomón Pines, profesor de la Universidad hebrea de Jerusalem, después de descubrir la cita del famoso párrafo sobre Jesús (pero sin los retoques sospechosos) en un manuscrito de un cronista árabe del siglo XI, muestra la autenticidad flaviana del texto, reconociendo la existencia de algunos retoques que le dan sentido cristiano. El texto auténtico quedaría así:

En aquel tiempo apareció un tal Jesús, hombre sabio, si es que puede llamársele hombre: era efectivamente autor de obras prodigiosas, el maestro de los hombres que reciben la verdad con alegría, e indujo a muchos entre los judíos y también entre los griegos (a ser sus discípulos). Se pensaba que fuera el Mesías; pero no lo era, a juicio de nuestros jefes. Por todo esto, Pilato lo crucificó y lo hizo morir. Los discípulos que antes lo habían amado no cesaron de proclamar que se les había aparecido al tercer día de la muerte nuevamente vivo. Los profetas divinos atestiguaron y predijeron estas cosas y miles de otras maravillas de él. Hasta ahora, el grupo de los cristianos, así llamados por su causa, no ha desaparecido todavía.

Según esta reconstrucción, el texto de Flavio Josefo afirma no que Jesús era el Mesías, sino que algunos lo consideraban así; y la convicción de que hubiera resucitado es atribuida a los discípulos de Jesús. No presenta, además, dificultad la proposición hipotética si es que puede llamársele hombre; el mundo helenista grecorromano, al que Josefo intenta imitar en sus escritos, ve en los magos y en los taumaturgos seres divinos. Este es, pues, el testimonio más antiguo no cristiano sobre Cristo.

La verdad es que los que han negado la existencia histórica de Jesús han sido rarísimos en la historia de la cultura: Dupuis, Bauer, Couchoud, Drews, a los que se les puede añadir como epílogo tardío la historiografía soviética. Pero el problema hoy a nivel científico es implanteable.

A este propósito dice Bultmann, la personalidad más prestigiosa, pero no ciertamente la más optimista, en la cuestión del Jesús histórico: La impugnación de la existencia de Jesús carece de fundamento y no se merece una palabra de refutación. Es completamente evidente que él está al origen del movimiento histórico, cuyo primer estadio tangible está representado por la comunidad cristiana primitiva palestinense.

O lo que dice un discípulo suyo (Bornkamm): En la antigüedad, ningún adversario del cristianismo, por obstinado que fuera, tuvo la idea de poner en duda la historicidad de Jesús.

2.- La cronología de Jesús

El monje Dionisio el Exiguo calculó en el siglo VI el año del nacimiento de Jesús, sobre la base de Lucas 3,1-23: Jesús tenía unos treinta años cuando Tiberio estaba en el año decimoquinto de su reinado.

Hoy se sigue otro camino. Teniendo en cuenta datos de Flavio Josefo. Y se descubre que el cómputo de Dionisio resulta equivocado al menos en seis años, y la actual cronología civil lleva otros tantos de retraso.

Tampoco el año de su muerte puede ser datado con certeza. El acuerdo predominante entre los exégetas considera como más probable el año 30 d. C. Establecido el año, es más fácil establecer el día: el día de pascua, es decir, el 15 de Nisán hebreo caía aquel año el día 8 de abril: Jesús murió la víspera de aquel día.

Por tanto la historia de Jesús es datable: no se desarrolla en las tinieblas de la leyenda. Jesús no es un mito de los que suelen encontrarse en las grandes culturas. Uno se queda realmente boquiabierto ante el hecho de que en pocas decenas de meses de vida pública él haya determinado tan profundamente la ulterior singladura de la historia.

3.- Las fuentes evangélicas
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¿Quién fue realmente Jesús?, ¿que hizo y qué enseñó?, ¿qué conciencia tuvo de sí mismo? Sólo los evangelios pueden responder a estas preguntas fundamentales. No poseemos otra vía de acceso a la historia de Jesús.
Pero las fuentes deben ser examinadas críticamente para saber si son fiables y hasta qué punto. Esto vale también para los evangelios. Su fiabilidad histórica no se puede dar por supuesta a priori. Con este fin se viene trabajando sobre los evangelios desde hace dos siglos con una pasión y erudición que no conoce parangón en otros campos. Pero en los últimos sesenta años, con la puesta a punto de un nuevo método (método de la historia de las formas), la investigación ha ido adquiriendo dimensiones impresionantes. Nos limitamos a dar una información esquemática y superficial.

a) El material preevangélico

Los evangelios sinópticos fueron escritos 35/40 años después de la muerte de Jesús. Los evangelistas no escribieron su relato reconstruyendo directamente con la ayuda de su memoria y de eventuales fuentes, como se pensaba antes.

La crítica literaria sostiene que los evangelistas utilizaron un material preexistente. Este material está formado por multitud de pequeñas unidades (formas), de naturaleza y amplitud variada, que eran transmitidas oralmente por las iglesias de los primeros decenios. Así la Iglesia de los orígenes cumple el cometido de transmitir en la predicación y en la enseñanza los hechos y dichos de Jesús.

La transmisión oral era el sistema común de aquel tiempo para la difusión de la cultura y respondía a la necesidad de memorizar que tenía la gente y las escuelas. El contenido de pensamiento no se transmitía libremente ni se repetía según el sentido, sino que era esculpido en fórmulas fijas, estables e inalterables.

La tradición oral cristiana no tuvo un interés historiográfico, sino pedagógico. La Iglesia apostólica se pone en movimiento para anunciar su fe en Cristo, no para lograr un archivo histórico de Jesús. Propaga la fe e invita al seguimiento. Por eso, los hechos y palabras ofrecen mayor seguridad histórica. Los datos cronológicos y topográficos no ofrecen gran fiabilidad.

b) Los evangelios

Si la tradición oral proporciona material para la compilación de los evangelios, es claro que las características de aquella pasarán a éstos. Y los evangelios serán, por ello, anuncio pedagógico de la fe en Jesús, creído como Señor, Mesías e Hijo de Dios.

Resultado de imagen de pedagogíaLos evangelios no miran con los ojos distantes del historiador, sino con los ojos de la fe, que se abrieron inesperadamente en la comunidad apostólica bajo la experiencia de la resurrección y de pentecostés.
El género literario evangelio es único y típico en su equilibrada combinación de historia y de fe, de narración y de mensaje, de Jesús histórico y de Cristo revelado.

4.- Fiabilidad histórica de los evangelios

Si los evangelios son intencionalmente pedagógicos, ¿sigue siendo posible a la razón histórica, con su método científico-crítico, detectar en ellos algo históricamente seguro? Los evangelios no son un libro de historia, pero cuando hablan de historia o biografía, dicen la verdad.

La fe de la comunidad, al transmitir la carrera de Jesús, se preocupó en ser fiel en registrar lo que había visto y oído, en este caso entre el después (la fe en Cristo resucitado) y el antes (el pasado de Jesús) existe una verdadera continuidad. A través de la narración que la fe nos ha dejado es globalmente posible reconstruir algo seguro sobre el Jesús histórico.

Bultmann sostuvo la imposibilidad para la ciencia histórica (también la inutilidad para la fe) de poder pasar a través de la enseñanza de la comunidad primitiva y llegar al Jesús de la historia. El cristianismo -dice Bultmann-, en cuanto fe en Dios que salva en Cristo, nace con la pascua: todo lo que precede -el mismo Jesús con su carrera histórica- es una pura premisa por la que no vale la pena interesarse. Él afirma que la comunidad no se preocupó de mirar hacia atrás, al Jesús prepascual, sino que recogió todo lo que consideró útil para el anuncio de su fe. A Bultmann se le opusieron sus propios discípulos aventajados: Käsemamm, Bornkamm, Marxen.

Después de un verdadero despliegue de erudición en el estudio del material evangélico, sin precedentes ni paralelos en otros campos, una conclusión general ha sido alcanzada, y recibe confirmaciones cada vez más sólidas: el material recogido en los evangelios goza de la confianza global del historiador.

Con mucha frecuencia es claramente distinguible y separable lo que es propiamente histórico y lo que se debe a la fe. Hay que recordar también que la probada fiabilidad histórica de los evangelios no es válida por igual para todos los particulares de la narración. Está bien claro: lo que los evangelios relatan del mensaje, de los hechos y de la historia de Jesús está caracterizado por una autenticidad, una frescura, una originalidad que la fe de la comunidad no reduce; todo eso remite a la persona terrestre de Jesús.

El Cristo proclamado por la fe ya tres días después de la pascua no es, pues, un mito creado por la comunidad en el que ésta querría encarnar una ideología religiosa, sino el genuino hombre de Nazaret. Afirmar que este hombre es Mesías y Señor es ya claramente fe; pero esta fe no tiene por objeto a otro que a Jesús, hombre de nuestra historia. La fe cristiana descansa sobre la historia.

5.- Los criterios de autenticidad histórica

Existe un cierto número de ellos, de diversa fuerza probativa. Mientras que algunos no llegan más que a crear una confianza global en el conjunto del material evangélico, otros son capaces de proporcionar una verdadera certeza histórica. Cuando, aplicados varios criterios a la vez, llegan a resultados convergentes, la seguridad de encontrarse frente un dato histórico sólido se potencia proporcionalmente.

- Criterio del testimonio múltiple. Debe considerarse auténtico el dato que nos es atestiguado por todas las fuentes, sobre todo si éstas son literariamente independientes. Ej.: El comportamiento de Jesús con los pecadores.

- Criterio de la diferencia (o la discontinuidad). Se puede considerar auténticamente de Jesús un dato que no puede derivarse ni del ambiente judaico ni de la comunidad primitiva. Ej.: La designación de Dios como Abbá.

- Criterio de la coherencia (de la continuidad). Se puede considerar auténtico aquel dato que es coherente, conforma al cuadro ambiental de la época en que vivió Jesús tal como nos lo describen las fuentes profanas (geografía, arqueología, historiografía). La situación social, religiosa y política de aquel preciso período es reconstruible, con notable precisión de particulares, mediante las fuentes históricas corrientes. Es claro que si los datos evangélicos corresponden a ella, no pueden menos de ser considerados auténticos.


Para seguir investigando 

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